quarta-feira, 2 de dezembro de 2009

Los que tenemos treinta años. Para Alfredo Balsells Rivera

Cuentan los viejos que había pan y rosas;

que en la tarde los ojos ambulaban por el viento

como espíritus en pleno milagro,

y comulgaban celajes y veían a Dios

–antes del soplo que los volvió de vidrio opaco.

Que todos eran justos y todos eran jóvenes

con las manos tendidas hacia el sol,

y había una clara presencia de azahares

por todas las negruras.

Cuentan los viejos

con los cristales empañados de humo

y las almas empañadas de recuerdos…

Pero nosotros no creemos.

No creemos ya ni en eso, que tiene olor a flores,

a mirras de limosna, a siembras de Jacob

con azúcar de ojos negros.

Porque nosotros no redondeamos tiempo

entre las manos;

ni seremos nunca jóvenes

ni ancianos;

ni viviremos, ni moriremos nunca.

Nosotros hemos visto caer

junto a nuestros zapatos con grietas,

la redondez sagrada de todas las estatuas

y el mármol de todos los recuerdos.

Nosotros conocemos el pan en los versos

y las flores en los sueños.

Nosotros hemos visto Saturnos

devorando carne amarga,

y Caines errabundos

con quijadas de acero en las manos,

buscando rostros pálidos para cumplir su pecado.

Y hemos perdido la fe entre las piedras mudas;

y todos, aún los viejos,

nos han dicho que mañana…

y todos los mañana se han ido

hasta dejarnos sin sangre y sin alma.

Nos han inventado dimensiones de consuelo

para encajar la angustia,

y rojos dedos nos han mostrado huesos

diciéndonos: “Toma, he ahí el arte…”

y nos han dado tierra cuando hemos pedido pan,

y han llovido libros del cielo

cuando hemos urgido las verdades eternas.

Por eso dicen los viejos que estamos locos

y que somos malos…

Porque el mundo se ha hecho polvo

bajo rabias de antracita;

porque los péndulos que dan la hora

mascullan credos extraños

que inflaman la vergüenza de los hombres

como gases de gangrena;

porque hemos visto hasta a Dios

huir con anteojos negros en busca de otros globos,

fugaces, oblongos, perdidos

entre esta cuadratura de logaritmos de mentira,

y no hemos encontrado un instante vacío

entre el silencio de las bombas

para descolgar nuestro llanto.

No, no hemos llorado.

No vamos a llorar,

Por eso estamos locos, y somos malos.

Por eso enterramos las manos hasta el codo,

como perros con hambre,

en lo poco que nos van dejando:

la tibia promesa de la carne.

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Mario Monteforte Toledo, escritor guatemalteco. Poema publicado en 1939.

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