terça-feira, 30 de dezembro de 2025

502: II. Ciudad de Guatemala: Capital viajera

Comienza el éxodo hacia el Valle de Las Vacas


Santiago de los Caballeros, capital del Reyno de Guatemala. Grabado 1829.


El aciago martes 29 de julio de 1773, Día de la Virgen de Santa Marta, fue una fecha que quedó marcada en la memoria de los moradores de la ciudad de Santiago de los Caballeros, capital del Reino de Guatemala, y del de los pueblos circunvecinos en el valle de Panchoy. Justo a las tres y cuarenta y cinco minutos de la tarde, según informó el fraile dominico, Felipe Cadena[1], se sintió un fuerte sismo y diez minutos después, se produjo otro aún más fuerte, acompañado de retumbos y de réplicas de menor intensidad. En pocos segundos, el ambiente festivo cambió. Los vecinos y las autoridades entraron en pánico. Muchas personas corrían hacia la calle, sin rumbo; otros caían de rodillas, porque el movimiento no los dejaba estar en pie. Se escuchaban gritos, llantos y rezos implorando piedad al cielo y a la Divina Misericordia y, otro tanto, muy espantados, trataban de encontrar resguardo en las “tembloreras”. Pero, éstas tampoco eran seguras”. El temor aumentó cuando, como consecuencia del estrepitoso derrumbe de casas, templos, edificios, muros y por la caída de árboles, las calles fueron cubiertas por una gran nube de polvo, desorientando aún más a las personas. Para colmo, esa noche azotaron fuertes lluvias acompañadas de rayos y truenos. A la mañana siguiente, el panorama con el que se encontraron fue desolador. La situación era caótica y el terror se apresó de todos.

    El presidente don Martín de Mayorga, recién llegado al Reino un mes antes, estaba muy asustado, pero, a pesar de ello, tuvo la fortaleza para tomar las decisiones pertinentes al caso. De inmediato, ordenó la protección de las personas y que se velara por la seguridad de los caudales y organizó la vigilancia y la seguridad de la capital del Reino. Asimismo, como prevención sanitaria, encomendó la extracción de los cadáveres de entre los escombros para darles cristiana sepultura; también mandó resolver el abastecimiento de alimentos y planificar la limpieza de caminos. 

    Acto seguido, el 2 de agosto del mismo año, don Martín de Mayorga y las autoridades eclesiásticas, el contador de cuentas, oficiales reales, el fiscal interino, los alcaldes ordinarios y capitulares, así como muchos vecinos firmaron un documento en el que se notificaba a Su Majestad sobre la ruina de la ciudad. Dos días después, se convocó a una Junta en la Plaza Mayor y en ella, según el cronista Juan González Bustillo, Mayorga propuso la traslación de la ciudad hacia un paraje más seguro y no tan expuesto a tragedias naturales como la que habían experimentado. Esta medida se avaló con la declaración jurada del maestro de obras Bernardo Ramírez que certificó la total ruina de la ciudad. La moción se puso a votación y cada uno de los presentes expuso los motivos de su voto a favor o en contra.

    El día 5, Mayorga pidió que se buscase un nuevo sitio para la ciudad, al mismo tiempo que informaba que iba a solicitar el permiso a Su Majestad para el traslado a un sitio más seguro. Allí mismo, recomendaron el valle de Jalapa y el de Las Vacas, entre otros. Además, los vocales de la Junta opinaron que era conveniente trasladarse provisionalmente hacia el valle de Las Vacas. En otra reunión, se nombraron las comisiones de exploración y, al mismo tiempo, se solicitó al ingeniero Antonio Marín un informe detallado de la ruina de la ciudad y de conformidad con su dictamen se resolvería reedificar la ciudad o abandonarla. El 20 de agosto, Marín rindió informe a favor del traslado. Entre tanto, varias familias, por seguridad, dejaban la ciudad para establecerse en las cercanías de San Lucas Sacatepéquez y, otros como la familia Aycinena, se establecieron en Villa Nueva.

    Las comisiones de exploración salieron el 19 de agosto rumbo al valle del Jumay en Jalapa para reconocer el llano de San Antonio. Luego, siguieron para el valle de Las Vacas. En cada paraje entrevistaron a varios pobladores sobre el clima, los manantiales de agua, la fertilidad del suelo y, sobre todo, acerca de los temblores.

    Mientras, las comisiones estaban haciendo su trabajo, en la ciudad arruinada, el 28 y 29 de agosto, el volcán de Fuego se activó, produciendo erupciones y retumbos fuertes. Esta fue la gota de derramó el vaso de agua y a Mayorga le otorgó la certeza de que se debían ir. De esa forma, se cerró una época histórica (1542-1773) y se abrió un nuevo capítulo de la historia de la ciudad nómada, Santiago de los Caballeros de Goathemala, capital del Reino.

    Después de reconocer el valle de Jalapa, el 23 de septiembre de 1773, la comisión llegó al valle del Corregimiento Central y solicitaron testimonio de:

Don Manuel de Galisteo, justicia mayor del partido; el vecino don Manuel Montenegro, el ermitaño don Juan José Morales Ruiz y Alfarol, constructor de la capilla de Nuestra Señora del Carmen, en el cerrito (el hermano Juan tenía en ese tiempo setenta y cinco años); al mestizo Clemente Salas; al regidor don Juan José Solórzano, que informó sin juramento; y a los vecinos don José Arriaza, Bernabé Antonio Muñoz, Juan Basilio Muñoz, Lorenzo Solares y Francisco García. (Pérez Valenzuela, 1964: 132).

    Todos coincidieron en las bondades del clima, que favorecía una vida longeva y próspera. A ello, contribuía la corriente de los vientos, norte-sur, que evitaba la propagación de enfermedades. Con relación al abastecimiento del agua, el maestro Bernardo Ramírez llevó a cabo un acucioso estudio para buscar la forma de introducir el agua y concluyó que la del río “Pinula” era conveniente porque también recibía caudales de otros ríos, aunque recomendó que debiera emprenderse obra de infraestructura. Otros ríos que Ramírez reconoció fueron el de “Mixco”, “Concepción”, “Paconcha” y “Betlén” (Pérez Valenzuela, 1964).  

    Acerca de la fertilidad del suelo, los testigos declararon que era favorable para las cementeras y árboles frutales; asimismo, por sus abundantes bosques podía proveer de madera de calidad y otros materiales aptos para la construcción de viviendas y demás edificios. Antes de la tragedia, de este valle proveían de madera a la ciudad arruinada. Otros aspectos importantes, eran que muy cerca había Pueblos de Indios que contribuirían al abastecimiento de alimentos y mano de obra, así como las distancias que había desde allí hacia el Golfo y hacia los puertos de Sonsonate y Acajutla en la Provincia de El Salvador, favorecían el comercio marítimo.

    En el mismo estudio, se informó que por la extensión del valle del Corregimiento Central, era posible fundar nuevos Pueblos de Indios. Se levantó un plano que  abarcaba la siguiente extensión: 371 caballerías, 4 cuerdas, 4,375 varas cuadradas, que reducidas a leguas hacían 9 y 22 caballerías, 199 cuerdas y 4,375 varas superficiales.


Primer plano de reconocimiento del valle del Corregimiento Central, 1773. Archivo Espiscopal.


    En este plano señalaron los posibles parajes para concretar la traslación de la ciudad, en color rojo: El  llano de la finca “El Naranjo” o la hacienda “El Incienso”, hacia el oeste; en la medianía del valle, el llano de “El Rodeo”, donde se colocó una cruz y de “Piedra Parada”; los de “La Culebra”, “Hicancapié” o de “Lejarcia”, hacia el sur; y, en color verde, el valle de “Las Vacas”.  (Pérez Valenzuela, 1964; Polo Sifontes, 1970). A partir de aquí, no había vuelta atrás, a pesar de las discusiones y cruce de documentos entre las autoridades locales y la corona en ultramar. Finalmente, el 15 de enero de 1774, el Consejo de Indias, tras recibir los informes de los hechos sucedidos en la capital del Reino de Guatemala, aprobó el traslado provisional hacia el valle de “Las Vacas” o de “La Ermita”, localizado a nueve leguas de la devastada Capitanía General en el valle de Panchoy. Aunque con la advertencia que no se construyeran casas formales ahí y tampoco se reedificara en la ciudad arruinada.  

    En esa cédula, en el punto primero, decía que se debería comprar un terreno de dos a cuatro leguas cuadradas, de preferencia, en circunferencia, o que se acomodase de acuerdo a la capacidad que ofreciera el sitio elegido para la fundación de la ciudad: “Pueblos adyacentes a ella. Exidos, pastos y demás de su precisa dotación, y que se importe a que se ascendiere el Terreno, regulado a justa tassacion de Peritos, a y con respecto al valor que tenía antes de la destrucción de la Alcabala que yo tengo concedida pa. obras públicas sin exigir arbitrio alguno sobre Tierras (Pérez Valenzuela, 1964: 171. Se conserva redacción original)”. Los terrenos para las comunidades, iglesias matrices y filiales de la antigua ciudad se concedieron a forma gratuita. De igual forma se procedió con los terrenos otorgados a los vecinos. De esa cuenta en punto décimo se lee que:

Siguiendo este pensamiento tan conforme a la razón, según lo advertimos y al presente sistema se hace forzoso que la demarcación o delimitación de la Ciudad sea substancialmente la misma que tenía en Goathemala, con la circunstancia de dar más extensión a la Plaza Maior, Plazuelas y Calles y aun a algunas Manzanas o Quadras, como aquí se nombran, pues aunque la Plaza Principal es  bastante capaz, según se expresa en el Número primero de la razón de los templos, juzgamos que no debiéndose penzar en fabricar altas, ni en todo lo demas que ha sido el objeto de las maiores y considerables rentas, como son las Bovedas y demas semejantes, se hace forzoso dar más capacidad al Angulo que oicupaba el Real Palacio al de la catedral, con que se halla unido el de el Arzobispado, como también al del cabildo, pues los convenios y comunidades lograban comúnmente de suficientíssimo terreno, y en cualquiera evento, será fácil recomendárselo, por aquella parte que no ofrezca perjuicio a tercer. (He venido en aprobarlo). (Pérez Valenzuela, 1964: 175-176. Se conserva redacción original).

    El cumplimiento de estas ordenanzas se complicó. A la crisis se sumó una plaga de langostas que arrasó los cultivos, empeorando el abasto de alimentos y, para rebasar el vaso de agua, en la ciudad arruinada se propagó una peste de tifus transmitida por el piojo que se extendió por los pueblos de Sacatepéquez. Según consignaron algunos historiadores, ésta se propagó a través de la migración de gente pobre que había abandonado la ciudad y estaba hambrienta y sucia. De esa forma para evitar que la peste se propagara a más población, Mayorga ordenó formar una Junta de Sanidad compuesta por el doctor Ávalos y Porras, el bachiller Merlo y don José Flores. Así lo comunicaba al Ayuntamiento el 30 de abril de 1774. Sin embargo, no funcionó como se esperaba.

    Mayorga teniendo en sus manos los resultados del estudio, el 25 de febrero de 1775, ordenó de forma severa que, sin excusa ni pretexto, todos los pobladores de la ciudad arruinada debían trasladarse al nuevo valle y acondicionarse cerca del Establecimiento provisional en el Pueblo de La Ermita y, por lo tanto, quedaba prohibido (re)construir ranchos formales en la antigua ciudad, solo se permitían provisionales y de una pieza. 



[1]    Expediente número 1368, legajo número21, 1778. 


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Fuente: ©Morales Barco, Frieda  Liliana. Capital de Guatemala, una ciudad viajera II. Caxlanas, 2025.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                        

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